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Región de O´higgins - Rancagua
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22/9/2007 - 4:58 Horas.
desastre de rancagua  
BATALLA DE RANCAGUA...
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Rancagua, villa fundada con el nombre de Santa Cruz de Triana por el Gobernador don José Antonio Manso de Velasco en Octubre de 1743, tenía aproximadamente 2.500 habitantes al comenzar en Chile en 1810, el proceso de independencia de la Corona española.
En esta villa que sigue el trazado urbano español de un tablero de ajedrez, se crearon 64 manzanas con una plaza en cruz en su centro. Cada manzana se dividió en cuatro solares. Un ejemplo de este patrón arquitectónico son estas dos casas patrimoniales que datan de mediados del siglo XVIII, que forman hoy el Museo Regional.

En estas casas la vida transcurría en familia, en forma apacible, sin sobresaltos, donde la música del piano y el grito del sereno rompían esporádicamente el silencio. Fueron testigos y escenario de una de las luchas más heroicas de este período, que la historia recuerda como la Batalla de Rancagua.

El año 1813 se caracterizó por la lucha confrontacional de los patriotas entre si y de estos con los realistas, que se mantuvieron fieles al Monarca Español. Esta lucha se inició con la llegada de la armada realista al mando de don Antonio Pareja a territorios del sur, a quienes intentaron detener los patriotas para impedirles el acceso a la capital.
Es en este contexto donde se enmarcó la Batalla de Rancagua.

El ejército patriota se componía de hombres con una mínima preparación militar, escasos en armas y divididos por la lucha civil recién terminada. Los Generales Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera depusieron sus diferencias y escogieron la línea del Cachapoal, para contener a las tropas realistas, ya que la batalla que allí se peleara decidiría la suerte de Chile.

Al saber que las tropas realistas estaban ya en los alrededores de San Fernando, don José Miguel Carrera, Jefe del Gobierno y Generalísimo de las tropas, dio las órdenes de avanzar. El 20 de Septiembre mandó a O’Higgins el siguiente comunicado:

“si son iguales las fuerzas enemigas y tenemos la fortuna de impedir su progreso a Rancagua antes de reunirnos, éste será el mejor punto para sostenernos. Si las fuerzas enemigas no se presentan con esta ventaja para nosotros, la prudencia dicta replegarse, aunque sea doloroso perder una posición tan favorable”.

Ese mismo día O’Higgins entró a Rancagua. En un primer momento exploró los vados del río Cachapoal hasta la hacienda de Cauquenes, reconociendo los más utilizados: el mejor era el situado frente a la villa, luego una legua más abajo estaba el vado de Los Robles, donde instaló 30 soldados Dragones para avisar el paso de los realistas y el de Punta de Cortés, donde dejó otros veinte Dragones.

Los días 25 y 26 O’Higgins hizo levantar barricadas en las cuatro calles que conducen a la plaza a una cuadra de distancia de ella, con el objeto de proteger los hospitales y almacenes militares, distribuyendo a sus tropas de la siguiente forma:

La del sur en calle San Francisco (actual Estado) esquina de la hoy llamada O’Carroll, al mando del capitán don Manuel Astorga con 200 infantes y 3 cañones a cargo del capitán don Antonio Millán.
La del oriente, calle del Crucero actual Germán Riesco con Alcázar, a cargo del capitán don Hilario Vial con 100 soldados y 2 cañones.
La del poniente, en la misma calle del Crucero, hoy Independencia, con Campos, 150 infantes y 2 cañones bajo el mando del capitán don Francisco Javier Molina y la de la Merced, al norte, entre las actuales calles Cuevas y Estado al mando del capitán José Antonio Sánchez, con 150 infantes y dos cañones.
Para proteger estas defensas e impedir que el enemigo atacara por las calles vecinas, distribuyó fusileros en los tejados y tapias de las casas y sitios cercanos a las trincheras e instaló un precario hospital en la casa situada en donde hoy se encuentra el edificio de la Intendencia, que tenía salida hacia la calle Cuevas y en el sitio donde actualmente se emplaza la Gobernación de Cachapoal, O’Higgins instaló su cuartel general.
El 27 de Septiembre llegaba don Juan José Carrera con sus hombres a situarse en las cercanías de Rancagua, en una hacienda frente al vado de los Robles que debía defender y la tercera división salía de Santiago llegando dos días después a la hacienda de Mostazal, para apoyar las operaciones que se efectuaran en la línea del Cachapoal.

El ejército patriota quedó compuesto por tres divisiones: la primera a cargo de don Bernardo O’Higgins, la segunda división dirigida por don Juan José Carrera y la tercera división (retaguardia) a cargo de don Luis Carrera.

En la tarde del día 30 de Septiembre de 1814, la bandera nacional formada por 3 franjas horizontales de color azul, blanco y amarillo, flameaba en cada trinchera, en la casa de altos del cabildo y en la torre del convento de la Merced, con una tela negra para que el enemigo supiera que los patriotas estaban resueltos a luchar hasta morir.

Las fuerzas realistas, en ese momento al mando del General Mariano Osorio, enviado por el Virrey Abascal del Perú a reconquistar este país, se componían de 4.922 hombres, de los cuales 500 eran soldados de caballería, 120 artilleros con 18 cañones y 4.302 soldados de infantería. La mayoría de sus hombres tenían experiencia militar y algunos batallones venían de España.

La noche del día 30 de Septiembre, Osorio ordenó a su ejército avanzar hacia el Cachapoal, cruzando por el vado de Cortés, sin ser percibidos por los patriotas. Sólo al amanecer del 1º de Octubre se percataron del movimiento, dando aviso de inmediato a O’Higgins, quién mandó a su vez informar al general en jefe.

Con habilidad de estratega, Osorio trató de evitar que las dos divisiones de los patriotas se unieran con la tercera que se encontraba en los Graneros del Conde, tomando los caminos que unían Rancagua con la capital, obligando a don Bernardo O’Higgins y a don Juan José Carrera a replegarse a las trincheras de la villa.

El mando de las tropas del ejército patriota, debía asumirlo el general más antiguo, en este caso correspondía a Juan José Carrera, sin embargo éste delegó esta responsabilidad en O’Higgins diciéndole:

“General y amigo: usted tiene toda la fuerza a su mando, pues, aunque no tengo orden de entregar mi división, considero que Ud. le dará la dirección acertada que siempre acostumbra y porque sé que mis granaderos lo han de seguir a Ud. adonde quiera guiarlos”.

O’Higgins subió entonces al techo de la casa del Cabildo y vio la ciudad rodeada por todos lados, por una fuerza mayor que las suyas y que avanzaba en cuatro columnas de ataque con tanto orden y tranquilidad como jamás lo había visto. Se dirigió a la torre de la Merced para hacer un segundo y más minucioso reconocimiento del enemigo, viendo con nitidez que la fuerza principal avanzaba hacia la trinchera de San Francisco, siendo inminente el ataque.

Las fuerzas patriotas de O’Higgins y Carrera alcanzaban entonces la cantidad de 1.903 hombres en una relación de un patriota por tres realistas.

A las 9.00 de la mañana la defensa de la villa de Rancagua estaba organizada. O’Higgins a caballo y con la espada en la mano reco{ría las trincheras, con sus ayueantes Astorga, Olores y Urrutia.

Osorio lanza sus cuatro divisiones sobre las cuatro calles)que confluyen eo la plaza, pone a su caballería al mando de Elorreaga y Quintanilla, en la Cañada de la villa, e instala su cuartel general en la actual Casa de la Cultura. La caballería tenía que impedir con sus escuadrones, las comunicaciones de la plaza sitiada con la capital y debía estar alerta a cualquier movimiento sospechoso que hiciese la tercera división.
900 realistas, entre los que se encontraban los del Batallón Talavera, atacaron la trinchera de San Francisco con seis cañones, defendida por los capitanes Millán y Astorga, que tenían la orden de O’Higgins de no disparar hasta que el enemigo estuviera a corta distancia.

Murieron muchos soldados, lo mismo que en la carga en las otras trincheras, pero el enemigo no tuvo éxito. Osorio se dio cuenta que no podría tomar la ciudad si no protegía a sus hombres con algunas trincheras. Las construyó a una cuadra de las trincheras patriotas, con sacos de arena, líos de charqui y en la cima puso estacas afiladas para proueger a los tiramores. A mediodía cortó el agua a la ciudad, pensando en rendir por sed a los que no podía rendir con la fuerza de la bayoneta.

Un segundo ataque se hizo sentir en todas las trincheras, al grito de “traidores, rendirse o morir”. Toda la noche transcurrió en esta sangrienta lucha, donde se escuchaba el fragor de los cañones. Los edificios incendiados iluminaban la noche. O’Higgins envió el siguiente mensaje a don José Miguel “si vienen municiones y carga con su división todo está hecho”. El mensaje fue llevado por un oficial por los techos, burlando al enemigo, para llegar donde se encontraba el General en las casas de Las Coloradas y volvió con la respuesta siguiente: “Municiones no pueden ir sino en la punta de la bayonetas. Mañana al amanecer hará sacrificios esta división, Chile para salvarse necesita un momento de resolución”.

Al romper el alba del 2 de Octubre, O’Higgins pudo ver que las columnas realistas se preparaban para otro asalto, el que fue nuevamente rechazamo. Poco después divisó una gran nube de polvo en la dirección de las Coloradas, que todos pensaron era la tercera división y cual sería su sorpresa al descubrir que eran guerrillas realistas que se dirigían a detener el avance de don José Miguel Carrera.

Para destruir estos destacamentos, O’Higgins envió dos columnas a cargo de los capitanes Ibáñez y Molina para que atacaran a los realistas. Ambos oficiales lograron su objetivo y volvieron a la plaza con prisioneros y artillería de los enemigos.
Creyendo que esto era el fin de la batalla, O’Higgins mandó tocar las campanas y ordenó que los hombres que pudieran marchar, se prepararan para perseguir a los realistas. Sin embargo, éstos habían suspendido el fuego para atacar a la división de Carrera, que se encontraba en el sector norte de Rancagua, quién al oír el sonido de las campanas asumió que la plaza había capitulado emprendiendo la retirada hacia Angostura.

Los realistas envalentonados por esa retirada emprendieron un nuevo y furioso ataque sobre las trincheras a la una del día. Nuevamente fueron rechazados a pesar que las fuerzas patriotas después de treinta horas de lucha estaban diezmadas y exhaustas. Osorio entonces recurrió nuevamente a la idea de incendiar las casas vecinas a la plaza, para que el fuego y el humo obligara a los patriotas a rendirse. La casa vecina a la trinchera de San Francisco se incendió y las chispas pescaron la techumbre de la casa donde estaban las escasas municiones que quedaban, oyéndose una gran explosión.

O’Higgins desde la torre de la Merced al comprender la grave situación en que se encontraban, mandó a sus capitanes Anguita, Ibáñez, Freire y Molina que estaban en la trinchera Oeste, que juntaran los caballos, para salir de la plaza. Los enemigos protegidos por los incendios avanzaban por todos lados y asaltaban las trincheras cubiertas de cadáveres y heridos. El abanderado don José Ignacio Ibieta, con un brazo roto, levantaba con el otro la bandera de Chile atada con lazos negros, muriendo heroicamente. Igual fin tuvo don Hilario Vial en la trinchera del oriente.

Enardecido el rostro, O’Higgins gritaba a sus hombres: “Los Dragones a caballo. Monte a caballo todo el que pueda y nos abriremos paso por medio del enemigo”. Montaron cerca de 500 hombres, echando las mulas adelante para que la polvareda ocultara la retirada de los sitiados. El caballo que montaba el general no pudo saltar una trinchera, debiendo desmontar, lo que no fue obstáculo para que continuara abriéndose paso sable en mano entre los enemigos que atacaban por ese lado de la villa, llegara a la Cañada y por el camino hacia La Compañía, tomara la ruta de Chada para llegar a la capital.

Desde el momento que O’Higgins y sus pocos hombres salieron de la villa, Rancagua y su gente fueron objeto de todo tipo de desmanes y vejaciones. Años después, siendo Director Supremo don Bernardo reconoció la gesta heroica de Rancagua al declarar la villa como ciudad el 27 de Mayo de 1818 y entregarle un escudo de armas con el lema “Rancagua renace de las cenizas porque su patriotismo la inmortalizó”.



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